En mi ultimo articulo hablamos de lo que Eric Berne denomino “hambre de caricias”, y de nuestra necesidad de recibirlas a través del reconocimiento del otro. Las caricias positivas pueden ser cumplidos, expresiones de afecto y de cariño que reconocen la existencia del otro y por ende fortalecen el YO. Hoy exploraremos este mismo tema, pero haciendo énfasis en las caricias negativas y sus efectos sobre nuestras relaciones familiares.
Las caricias negativas son aquellas palabras o acciones que denigran, o hacen sentir rechazado al otro negando así su existencia e importancia. A continuación enumerare algunas formas en las que damos caricias negativas:
1) Comentarios Sarcásticos: son aquellos comentarios o expresiones que pueden ser positivos pero que por su entonación denotan todo lo contrario. Por ejemplo: “Gracias por ayudarme” (es el comentario que le hace una mujer a su esposo cuando éste no le esta ayudando en algo que ella le ha solicitado). Esta es una de las caricias negativas predilectas entre los adultos cuando están resentidos o heridos.
2) Ignorar las acciones del otro: no tomar en cuenta cuando el otro individuo te habla, o hace algo para llamar tu atención, etc.
3) Rebajar al otro: humillar a la otra persona en publico o hacer algún comentario que le haga sentir menos importante e inferior.
4) Desprecios: rechazar los comentarios, y/o acciones del otro al no tomarlos en cuenta o considerarlos insignificantes, y rebatiéndolos con firmeza o menosprecio.
Todos en ocasiones hemos utilizado algunas de estas “Caricias Negativas” para con nuestro conyugue, hijos, y familiares en general. No obstante, estos son comportamientos tóxicos que envenenan nuestras relaciones y que llegan a tener efectos nocivos tanto para ellos como para nosotros. A continuación explicaremos el por qué.
a) El ser humano tiene una necesidad innata de ser tocado y de ser reconocido positivamente pues de esa manera, se nutre la autoestima y el YO del individuo.
b) Cuando no se reciben caricias positivas el individuo busca instintivamente recibirlas, aun cuando estas puedan ser negativas. Un ejemplo de esto es cuando un niño, en varias ocasiones, le pide a su padre jugar con el. El padre, por cansancio o por diferentes ocupaciones, se niega y evade la situación constantemente. Esta actitud hace que el niño se sienta relegado y menos importante, por lo que éste empieza a comportarse mal (haciendo travesuras, peleándose con otros niños, respondiendo de manera irrespetuosa, etc.) Con este comportamiento, el niño inconscientemente esta buscando una reacción o una respuesta que le provea de una caricia (una acción o palabra que le haga sentir reconocido por el padre aun cuando esta pueda implicar una respuesta negativa) En otras palabras, un grito, un regaño, o aun unas palmadas, pueden ser una caricia para aquel que no recibe ninguna. cuando no se reciben caricias positivas, el individuo inconscientemente busca, a como de lugar, ser reconocido aun cuando ello implique tener comportamientos socialmente inadecuados.
c) Porque si no damos caricias positivas, estamos contribuyendo al desequilibrio emocional y psicológico del otro y las consecuencias de esto se extienden a todas las áreas de la vida de un individuo. Es posible que si usted no recibió caricias positivas durante su niñez se le haga difícil darlas. No obstante somos seres racionales con la capacidad de tomar decisiones y de aprender, así que debe hacerse consiente de su carencia y debe empezar a dar pasos que le lleven a dar caricias sanas a sus seres amados y cercanos.
En conclusión, debemos evitar dar caricias negativas, y esforzarnos en dar valor, reconocimiento, y estima a todos los que nos rodean. Ciertamente, en nuestras relaciones a veces seremos heridos y nuestra tendencia será la de ignorar o rechazar al otro; no obstante debemos reaccionar con madurez para resolver nuestros problemas sanamente sin profundizar las heridas causadas. Aprendamos a acariciarnos, a amarnos y a valorarnos a pesar de nuestros errores, de esa manera construiremos familias mucho más sanas. ¡No te Rindas!
Psicóloga, Anaely J. Pérez