Margarita, madre de dos niñas pequeñas, vino buscando alivio al dolor que representa la infidelidad de su esposo, la posible separación y la incertidumbre de su futuro. Cuando hablamos de Jaime su esposo, se refirió a él como un buen padre, pues estaba pendiente de las niñas y “les daba de todo”.
Curiosamente, no es la primera vez que escuchamos un calificativo similar, frente al hombre que deja su hogar.
Cuando los progenitores logran el divorcio, usualmente la madre se queda con los niños y al padre se le da el derecho de poder “disfrutar” de sus hijos, tal vez quincenalmente; a ambos se les asigna deberes por el bienestar de los chicos. Esto es lo que a los ojos de nuestra sociedad, parece lo correcto.
Más allá del crudo maltrato que significó la situación que llevó al divorcio, los hijos se tienen que enfrentar a dos nuevas situaciones, generadoras de nuevas heridas, posiblemente más traumáticas que las que nunca habían vivido antes: (1.) El daño causado por la falta de contacto con el padre ausente. (2.) El daño causado por el duelo que sufre la madre que queda con ellos.
Es importante aclarar, que el calificativo de ausentes no solo debe ser dado a los padres que no están de manera regular en la vida de sus hijos, por virtud de su decisión de divorcio. También lo son aquellos, que salieron de escena (voluntaria o involuntariamente), los que están atrapados por el alcohol, la droga o el trabajo, etc. Sus chicos probablemente estarán condenados a no desarrollar aquellas competencias para la vida, que solamente el hombre podría darle a sus hijos. Él se perderá los momentos, buenos y malos, por los que antes hubiese dado la vida.
Este fenómeno no es nuevo, ya Job lo mencionaba: “Sus hijos tendrán honores, pero él no lo sabrá; O serán humillados, y no entenderá de ello. Mas su carne sobre él se dolerá, Y se entristecerá en él su alma.”
¿Y qué decir, de las madres que deben vivir la traición y el luto originados por aquel que se había comprometido a ser su “compañero” para toda la vida? Las crisis que ellas deben afrontar, para las que seguramente no están preparadas, las llevarán también a no poder interactuar de manera sana con sus hijos y a perderse de momentos importantes en la vida de ellos, a pesar de que vivan “bajo el mismo techo”. Sus mentes están lo suficientemente ocupadas, como para poner cuidado a esos detalles, a pesar de que haya en ellas la intención de ponerles mayor atención.
Nos encontramos con que estos niños posiblemente serán, lo que Sandra Wilson llama “huérfanos emocionales”. Ambas corrientes de amor natural hacia ellos (papá y mamá), están siendo profundamente contaminadas, y no nos engañemos “difícilmente lo superarán”.
¿Puede llamársele “buen padre” a un hombre que abandona a su esposa y a sus hijos, cuando ha desatado voluntariamente esta calamidad sobre sus hijos? NO.
¿Puede un hombre que abandona a su esposa y a sus hijos, volver a tomar las riendas de su hogar, y ser el esposo y el padre, que tal vez nunca fue? SEGURO QUE SI.
Escrito por la Fundación, “Pacto de amor” Esta fundación está dedicada a ayudar a los matrimonios a evitar el divorcio y a enfocarse en las soluciones de sus problemas.
Néstor y Sandra Romero.