El pasado 28 de octubre cumplí 35 años de casado con mi querida novia, amante y esposa, Ana M. Vargas. Durante estos 35 años he tenido que crecer, aprender y cambiar. Hoy quiero compartir contigo lo qué he aprendido en estos treinta y cinco (35) años de matrimonio.
1. He aprendido que ser feliz no depende de mi esposa, depende completamente de mí. Cuenta, la esposa de John Maxwell, que habiendo terminado una conferencia para mujeres, una de ellas le preguntó: ¿John Maxwell le hace feliz? Maxwell, que se encontraba en el recinto, al oír esa pregunta se acomodó en la silla para escuchar con atención lo que su esposa daría de él. Ella respondió: “…no, John Maxwell no me hace feliz, yo decido todos los días de mi vida ser feliz. Mi felicidad no depende de él depende de mí. Si tu decides ser feliz en tu matrimonio lo serás, y eso influirá en tu pareja.
Puedes estar casado (a) con la persona más maravillosa, esplendida, educada, cariñosa, complaciente, amorosa etc. Sin embargo, ser y sentirte la persona más miserable y desdichada de este mundo. Recuerda, no depende de él o ella, depende de ti el ser feliz.
2. He aprendido a aceptar a mi esposa Ana como es, y ya no trato de cambiarla. Cuando me enamoré de Ana, fueron muchas las cosas que me atrajeron a ella. Su pelo largo y negro, sus ojos color café, sus piernas, su sonrisa, y sobre todo, su amor por Dios. Sin embargo, al casarme y comenzar a convivir con ella descubrí que habían otras cosas de su personalidad que no me gustaban y comencé a tratar de cambiarla. Eso trajo infinitas batallas, peleas y momentos muy desagradables entre nosotros.
Desde el momento que entendí que mi tarea no era cambiarla sino aceptarla y amarla, mi actitud y mi rechazo hacia aquellas cosas que no me gustaban de ella, comenzaron a cambiar. Entendí que el único que puede cambiar a una persona es Dios. Aprendí a disfrutar de las cosas que me gustan de ella y a aceptar las que no me gustan. Es de esa manera que he podido ser feliz durante 35 años de matrimonio. Acepta a tu cónyuge.
3. He aprendido que me casé con un ser humano, con defectos y virtudes. Cuando comprendí y acepté que todo ser humano tiene cantidad de defectos y fallas en su personalidad; y que todos cargamos con diferentes problemas, comencé a entender a Ana y a comprenderla. Aprendí que solo podíamos permanecer juntos por gracia, o sea teniendo misericordia el uno por el otro. Eso es lo que hace Dios con nosotros los seres humanos, que aunque somos malos e infieles él decidió amarnos y perdonarnos por su misericordia y su gracia.
Todos nosotros traemos a nuestro matrimonio tantos lastres como frustraciones, complejos, maltratos, pobre autoestima, malos hábitos, carencias afectivas y tantas otras cosas más, que si no somos misericordiosos, sino aplicamos la gracia, todo termina en un divorcio o en una pareja disfuncional.
¿Has intentado ponerte en el zapato de tu cónyuge? Te has preguntado alguna vez: Por qué él es así; por qué reacciona de es forma cuando le hablo de ese tema; por qué me trata de esa manera. Comienza a conocer a tu pareja y verás que hay muchas cosas por las cuales tener misericordia de él o de ella. Eso te enseñará a ser menos exigente y a ser más comprensivo (a). No olvides preguntarte siempre: ¿por qué?
4. lo más importante que he aprendido, es que el amor es una decisión, y por eso, todos los días yo decido amar a mi esposa Ana. Decido amarla en las buenas y en las malas, cuando me trata bien o cuando no lo hace, cuando veo sus defectos y cuando veo lo extraordinaria que es como mujer. Cuando discutimos y cuando nos tratamos con amor. Mi decisión supera las dificultades y profundiza nuestro amor. Decide amar hoy y todos los días a tu pareja de manera incondicional.
Mi deseo es que mi experiencia te sirva para que también tu decidas vivir feliz el resto de tu matrimonio y con la misma mujer. Recuerda, ¡No te rindas!
Pastor, Eliezer Pérez.